Seguidores

domingo, 30 de septiembre de 2012

Capítulo 7


Me desperté sobresaltada y sudorosa. Me incorporé, en busca de la pantera que debería haberme matado. Suspiré, aliviada. Sólo había sido un sueño, sólo eso. Reí.
-¿Qué ha pasado?-la puerta se abrió y entró Arturo. Por unos momentos, había esperado que fuera Pablo, que todo volviera a ser como antes…
-He tenido una pesadilla. Sólo eso.
-¿Estás bien?-me preguntó, entrando y cerrando la puerta.
Me molestaba tanta atención por su parte. El único que se preocupaba de ese modo por mí, era Pablo. Me obligué a recordar que todo eso había pasado, terminado, y que nada volvería.
-Claro que estoy bien. ¿Ves que esté llorando?-espeté.
-Se puede estar mal sin llorar, para tu información-respondió, en tono hosco. Me recordó al Arturo que yo había conocido, al verdadero.
No contraataqué, enfadada. Se sentó a mi lado, sabiendo que yo iba a hablar.
-Lo echo de menos-suspiré.
Era fácil sincerarse con él. Las palabras salían de mis labios antes de que fuera capaz de pensarlas.
-Es normal. Yo también la echaba de menos-suspiró, más hondamente que yo.
-¿Ya no? ¿La has olvidado? ¿La querías?-más que preguntas, parecía un interrogatorio.
-Las preguntas de una en una, periodista-bromeó.
-Háblame de ella, de tu vida-le pedí.
Me percaté de que pensaba que conocía a Arturo, pero no era así. No sabía como era su rutina, sus amigos, sus gustos. No sabía nada.
-Ruth era fantástica. Más alta que tú-entrecerré los ojos, no me gustaba hablar de mi baja estatura-Te caería bien. Sus ojos eran verdes, parecidos a los de Pablo. Su pelo era rojizo, precioso, suave. Pero lo que realmente me gustaba de ella era su personalidad. Simpática, bromista, podía convencer a todo el mundo para que hiciera lo que ella quisiera, era emprendedora, testaruda-me miró con las cejas alzadas y aparté la vista, incómoda-Le gustaba tocar el bajo, íbamos a montar una banda, por absurdo que suene.
Observé como se transformaba al hablar de ella: melancólico, tranquilo, sus ojos adquirían un brillo soñador.
-¿Cómo la conociste?
-Oh, no esperes una historia como la vuestra, tan romántica-me advirtió-Nos conocimos por un amigo mío. Nos invitó a una actuación de un grupo que versionaba a Queen, Metallica, Nirvana… Eran bastante malos-rió-Lo pasamos bastante bien criticándolos. Intercambiamos los teléfonos y empezamos a hablar… Un día le pedí salir y, bueno, lo demás no te interesará.
-¿Te gustaría haber seguido con ella?
-Sí, supongo, no lo sé…-titubeó-Tú…-se detuvo.
-Nunca me habrías conocido-le dije-¿Te lo imaginas?
-La verdad es que no. Ruth, tú…las dos sois maravillosas, de formas diferentes.
-Siento no saber que decirte en estos momentos-confesé, nerviosa.
-No tienes que decir nada. Yo digo esto porque quiero.
-Cuéntame más cosas-pedí, tras unos momentos.
-¿Más cosas sobre qué?
-Sobre ti, tu vida, tus amigos, tu familia, todo.
-Siempre viví en la misma ciudad. Siempre acudí al mismo instituto. Desde que tengo memoria he acudido a clases de taekwondo. Tengo varias medallas en mi habitación. Quería aprender a tocar la batería el verano pasado, a la vuelta de las vacaciones. Se me dan bien las Matemáticas y la Física. Nunca me han gustado los idiomas ni la Biología. Escucho Metallica desde la cuna, prácticamente. Quería ser físico nuclear.
La mitad de las cosas que decía, no las llegaba ni a imaginar.
-¿Te sorprende?-preguntó, tras mi repentino silencio.
-Siendo sincera, sí.
-Habla tú ahora.
-¿Yo? ¿Qué quieres que diga?
-Cosas como las que yo he dicho.
Pensé unos segundos, antes de empezar.
-Vivo en una ciudad pero veraneo en un pueblo. Tengo una hermana. Y un perro en el pueblo. No se me dan bien los deportes. Siempre me gustó el pueblo porque estaba Pablo. Nunca necesité nada más. Tal vez, unos veranos más largos, o más tiempo al lado de él, pero no podía quejarme. Era demasiado perfecto todo. Ya sabes lo que pasó-me interrumpí.
-Creo entender que los dos éramos más felices antes de conocernos-me dijo.
Asentí.
-¿Se arreglarán las cosas algún día?-pregunté en voz baja.
-No lo sé-fue sincero.
Estaba segura de que Pablo hubiera dicho: claro que sí, no pasará nada malo, yo cuidaré de ti o algo por el estilo. Arturo no mentía por protegerme. ¿Cuál de ellos era mejor? No lo sabía. A veces uno necesita saber la verdad, otras, que le mientan por su bien.
Las dos respuestas eran aceptables.
-¿Recuperaremos algún día la normalidad?
-Noah, no lo sé…
-Tú puedes-acusé-Puedes irte. Tienes la ciedyalna.
-¿Y os dejo aquí? Sabes que no soy así.
-Pablo y yo lo preferiríamos-contesté, dura. Quería conseguir que se fuera, no era su problema-Hemos sobrevivido sin ti-me dolió decírselo. Sabía que Pablo estaba en la habitación de al lado (o donde quiera que anduviera) gracias a él.
-¿De verdad lo crees?-su semblante estaba repleto de dolor.
No fui capaz de hablar.
-En serio, lárgate-me costó unos minutos reunir la fuerza de voluntad para decírselo-Vuelve a tu casa, invéntate una excusa, recupera a Ruth, aprende a tocar la batería, monta un grupo, estudia Ingeniería. Olvídate de nosotros, de Layndeian, de todo esto. Serás capaz de hacerlo, lo sé.
Agachó la cabeza, sin mirarme durante un largo rato.
-No podré hacerlo, no soy tan insensible.
-¡Vuélvete así! Olvídate, déjanos en paz. Es nuestra guerra. Perdón, no es nuestra guerra pero menos lo es tuya.
-¿Qué vas a hacer si no me quiero ir?
Ahí me había pillado. No podía echarlo. O tal vez sí.
-Podré conseguir que te vayas. Hablaré con Pablo, con Valeria, con Lysia, con Shylia, con Aklenk, con Rewth, con quien haga falta. ¿Acaso crees que no podrían obligarte?
Parecía bastante triste.
-Si no te has ido en una semana, lo haré.
-¿De verdad te consideras tan importante? ¿No necesitan aliados en esta guerra? ¿Prescindirán de mí tan fácilmente?
-Convenceré a Pablo y a él si le harán caso.
-¿Esperas que después de lo que está pasando vaya a seguir haciendo lo que tú quieres?-atacó.
-Nunca ha hecho lo que yo quería-me defendí, herida.
-¡Sabes que sí! Si no hacía lo que tú le pedías, te enfadabas o le gritabas. Te ponía las cosas demasiado fáciles.
-¿Cómo eres capaz de decirme esto?-sentía unas inmensas ganas de llorar-¡Le he dejado por tu culpa! Le he herido por tu culpa-comprendí-Desde el primer momento, has intentado que lo dejara, decías que debía hacer lo que fuera mejor para mí, que él me comprendería si decidía alejarme…-me horroricé. ¿Podía haber actuado por un impulso? O, peor aún ¿por su insistencia en el tema?
-No es así. Tú dudabas de tus sentimientos, yo te aconsejé, la decisión fue completamente tuya.
Me levanté y salí corriendo, incapaz de soportar un segundo más esa presión. Sin darme cuenta de adonde iba, entré en la habitación de Pablo. Deseé que no estuviera allí pero no tuve tanta suerte.
-¿Te pasa algo? ¿Por qué lloras?
En vez de responder o calmarme, prorrumpí a llorar más desesperadamente.
Se levantó y me rodeó los hombros con el brazo.
-Puedes hablar conmigo-suspiró.
No le hice caso, seguí llorando.
-Por favor, deja ya de llorar-me suplicó, una eternidad más tarde. Su brazo seguía sobre mis hombros en un gesto protector-No te he visto llorar tanto desde…nunca-reconoció.
Me limpié los ojos con la mano derecha.
-¿Me vas a contar lo que te pasa? Haría lo que fuera por ayudarte.
-¿Pese a todo lo que hice?-pregunté en voz baja.
Asintió.
-Es…sobre ti-empecé-O sobre nosotros. Y sobre Arturo. Sobre todo.
-Me parece que será una larga historia.
Empecé, despacio, con voz apenas audible. Le conté todas las dudas que había albergado, todo lo que había sufrido, mis conversaciones con Arturo, su confesión, que lo echaba de menos, que creía que me había precipitado.
Cuando terminé, en vez de llamarme estúpida y mandarme a paseo, o maldecir Arturo, me miró con cariño.
-Siento no haber sabido como tratarte y que por mi culpa hayas sufrido. Comprendo que Arturo se haya enamorado de ti. No sé si él ha precipitado nuestra ruptura. No sé que debes hacer. Quiero ayudarte. No debes sentirte sola. Siempre podrás confiar en mí.
-Eres la mejor persona que he conocido jamás ¿lo sabes?
Me sonrió.
-No creo que sea para tanto…
-¡Sí lo es! Vale, ha habido veces que no me has tratado demasiado bien, pero estabas preocupado, nervioso. ¡Yo te he tratado peor en infinidad de ocasiones por minucias! Tenías tus razones para actuar así. Yo te he dejado y ahora te digo que no sé si he hecho bien.
-¿Pretendes decirme que quieres que volvamos a estar juntos?-me pareció detectar una nota de alegría en su voz.
No quería decepcionarlo.
-No lo sé. Necesito algo más de tiempo. ¿Estarías dispuesto?
-¿A esperar? ¿A volver contigo? Sí a las dos cosas.
-¿Cómo…? Serías más feliz con otra persona que te merezca más-pensé en Valeria.
-¿Por qué crees eso? Eres increíble, aunque te hayas equivocado. ¿Piensas que otra chica habría acompañado a su novio a una aventura que puede conseguir que muera? ¡Y dos veces!
-Cualquier chica lo haría por alguien como tú-me limité a decir.
-Qué inocente eres a veces-rió.
-¿Has visto a Valeria? ¡Te adora!-espeté.
No me respondió.
-Perdón. No quería decirlo…Ya me conoces.
Sacudió la cabeza.
Me sentía más a gusto tras haberme sincerado, en paz.
-Soy un poco tonto, pero me doy cuenta de algunas cosas.
-Creo que ella te merece. Más que yo.
-Intentó matarte. Y casi me mata a mí. ¿Me merece más que tú por eso? Lo siento, te pareceré un rencoroso pero no. Además de que no sería capaz de estar con alguien diferente a ti.
-Sólo han sido tres años de tu vida…-me disculpé, sus palabras sonaran demasiado serias, angustiadas.
-¿Sólo han sido tres años? El amor no se mide en años, si no en sentimientos experimentados-replicó, muy seguro de si mismo.
-Dejémoslo-pedí.
-Algún día tendremos que volver a hablarlo.
-Pero no hoy-afirmé con determinación.
La puerta se abrió y apareció la persona que menos me apetecía ver, Arturo. Pablo me miró de reojo pero no habló.
-Valeria me ha dicho que bajemos. Tenemos algo que hacer.
-¡Espera!-lo detuve cuando se marchaba-¿Sabes algo más?
Negó con la cabeza, dirigiéndome una mirada dura.
Pablo se levantó.
-Puedes quedarte aquí si quieres, te lo contaré luego. No pasa nada-ofreció.
-No, quiero ir.
Suponía que sería capaz de ocultarme cosas sólo por protegerme y no pensaba quedarme al margen. Bajé tras él.
Arturo y Valeria nos esperaban al pie de las escaleras, conversando sin demasiados ánimos.
Interrumpieron la conversación (si es que podía llamarse así) y nos dirigimos todos juntos a un salón. Lysia nos esperaba, sentada. Mostraba un aspecto calmado, así que supuse que no eran unas noticias tan aterradoras como me había imaginado en un primer momento.
-Sentaros-nos pidió.
Dudé un momento. ¿Al lado de quien sentarme? Con Arturo no, seguía resentida, enfadada, dolida y confundida. Con Pablo, tampoco. Si pretendía que algún día estuviera con Valeria sería un error. ¿Con Valeria? Era la única opción que me quedaba, ya que Lysia estaba junto al brazo del sofá y Pablo había ocupado ese lugar. Apuré a sentarme a su lado y le dirigí una sonrisa tímida. Arturo ocupaba un lugar entre Pablo y Valeria, lo suficientemente alejado para que yo consiguiera pensar en otra cosa que no fuera nuestra reciente discusión.
-Os he hecho llamar para pediros un favor-se detuvo, mientras nosotros nos mirábamos, interrogantes.
-¿Desde cuándo pedís favores aquí? ¿Nos quedará otra opción? También podíais habernos pedido las cosas por favor el año pasado-repliqué, mordaz y cortante a partes iguales.
En cualquier otro momento, Pablo me habría dicho que me callara de una manera sutil y Arturo se habría reído, socarrón. Todos permanecieron callados, evitando mirarme.
-Tú si tienes otra opción. Si no quieres escuchar lo que vamos a decir, puedes marcharte ahora-me dijo con voz fría Lysia.
También sabía que, en cualquier otro momento, se habría tomado las cosas con más calma.
Callé.
-Ahora, si puedo continuar-me miró, retándome con la mirada a que la interrumpiera-Quería pediros que colaborarais en una misión extremadamente peligrosa.
¿Colaborar? Me costó contenerme, pero me parecía una injusticia. Nunca nos había pedido colaboración ni ayuda, nos habían obligado a dársela. Y ahora, tan cordialmente, venían a pedirnos… ¿qué? ¿Qué nos iban a pedir? Con tanta cordialidad, no podía ser nada bueno.
-¿Qué es?-se impacientó Pablo.
Yo no quería escucharlo. No me iba a gustar.
-Ir al Norte. Investigar. Tratar de arreglar las cosas con los cuilpands.
-¿No eran peligrosos? ¿Porqué nosotros? ¡Id vosotros!-exclamé, enfurecida.
-Ya te he dicho que puedes quedarte si quieres.
-Lo siento, pero ellos tampoco van a ir-señalé a Pablo y Arturo.
-No nos lo puedes impedir-me gruñó Arturo.
Apreté los labios, consciente de que no podía decidir por ellos.
-¿Podremos pensarlo?-le preguntó Pablo.
-Por supuesto, pero no tardéis demasiado en decir lo que queréis hacer.
A él si que lo trataba bien, claro.
-¿Podemos irnos a hablarlo entre nosotros?-la miré a los ojos durante un momento.
Se encogió de hombros.
-No tendríais que luchar-parecía que se sentía en obligación de decirlo para vivir tranquila.
Me levanté, dispuesta a irme para hablar razonadamente con Arturo y Pablo.
No me siguieron.
-¿Venís?-pregunté, cohibida.
-Yo ya lo tengo decidido, voy-dijo Arturo con tono impersonal, completamente carente de emoción alguna.
-¿Qué?-pude pronunciar.
¿Se había vuelto loco? ¡No sabíamos lo que podíamos encontrarnos! Era un peligro, una aventura que no estábamos preparados para vivir.
-¿Tú también vas?-le espeté a Pablo.
Meneó lentamente la cabeza, afirmativamente.
-¡Estáis locos! Sois unos inconscientes. ¡Idiotas!-les grité.
-Ya vuelve a gritar-murmuró Arturo, lo suficientemente alto para que lo escuchara.
Me giré, todavía más enfadada.
-¿Sabéis qué? Haced lo que queráis con vuestras vidas, olvidadme, no me dirijáis la palabra porque yo, me voy-exclamé.
Me marché a la carrera, dejándolos estupefactos. Comencé a guardar todas mis cosas. Me iría en ese mismo momento. Aprovecharía el revuelo formado para irme lejos, tratar de recordar el camino de vuelta a casa, no quería saber nada más con ellos. No pensé que haría para sobrevivir, para orientarme. Estaba llena de furia y, la mejor idea que se me ocurriera, era huir. Una idea muy cobarde, se mirara por donde se mirara.
En cuanto tuve la mochila preparada, bajé las escaleras con sigilo. No quería que intentaran detenerme. Tuve el suficiente sentido común para coger algo de comida y de bebida.
Era casi de noche. Apenas quedaba una hora de luz. Recordaba la salida del lugar. Me acerqué allí y me detuve en la linde del bosque para mirar atrás. Nadie corría hacia mí pidiéndome que me quedara, nada me ataba allí.
Me adentré entre los árboles a paso rápido. Me dio pena no haberme despedido de Rewth, de Aklenk, de Bucéfalo. Eran lo único bueno que había obtenido de Layndeian. Al cabo de un cuarto de hora, todos los árboles me parecían iguales y la noche se abría paso inexorablemente. En unos minutos no vería nada. ¿Debía acostarme? Me estremecí y saqué una chaqueta de la mochila. Unos minutos más tarde, la oscuridad me obligó a detenerme. Aunque tenía algunos objetos que podían proporcionarme cierta cantidad de luz, no quería golpearme. El lugar en el que estaba me parecía tan bueno como cualquier otro.
Extendí el saco y dejé las cosas a mi lado. Estaba nerviosa. Era la primera noche que pasaba completamente sola en el bosque. Siempre, anteriormente, estuviera con Pablo o Arturo a mi lado, protegiéndome. Quería estar alerta aunque, conociéndome, dormiría profundamente. En apenas unos minutos, conseguí cerrar los ojos, acurrucada. Esa noche, hacía bastante frío. ¿Había cometido una estupidez? Sí, desde luego que sí. Me entraron ganas de llorar. Unas lágrimas resbalaron por mis mejillas antes de que pudiera evitarlo. Me las sequé con el dorso de la mano.
¿Cómo se me ocurrían esas ideas? Siempre lo hacía todo mal, absolutamente todo. Era demasiado tarde para dar marcha atrás, tendría que pasar la noche allí. Imaginé que estaba en otro lugar, en una cama caliente, a salvo. Al no conseguir tranquilizarme, me incorporé. ¿Aquello fuera un crujido? ¿Esa sombra no era demasiado humana para pertenecer a un árbol? Me mordí el labio hasta que sangró.
Era muy tarde para volver y sabía que chocaría contra cualquier cosa. Sollocé. Tenía mucho frío. Me hice un ovillo y apreté con fuerza mi mano contra la mejilla. El viento soplaba con fuerza y agitaba hojas a mi alrededor. Tenía que ser una pesadilla, no había otra explicación.
Me pareció que algo húmedo caía sobre mi cara. Como ya estaba adormilada, me costó averiguar que era. Agua, lluvia. Llovía. No fui capaz de contener las lágrimas y rompí a llorar. No sabía porque lloraba, me lo merecía, me lo había buscado.
Estaba cansadísima. No encontraría ningún lugar a cubierto en ese lugar, por mucho que me esforzara. Supliqué que solo fueran unas cuantas gotas, pero no hubo suerte. Todo lo que no lloviera desde que llegara allí se descargó en aquel momento. En cuestión de segundos estaba empapada. Tenía ropa de repuesto pero no serviría de nada. Me cogería el frío al cambiarme y volvería a estar chorreando agua en menos de lo que dura un parpadeo. Debía quedarme quieta.
La impotencia de no hacer nada me paralizaba. Dejé de llorar, no serviría de nada aparte de que me encontraría peor y tendría los ojos hinchados y enrojecidos. Me quedé dormida tiritando, estaba congelada.
Me desperté a media noche. ¿Alguien había gritado mi nombre? Era imposible, me dije, mientras cerraba los ojos lentamente, encogiéndome sobre mi misma para conservar algo de calor.
Lo que sucedió después, fue confuso. Me pareció escuchar voces pero estaba tan cansada que no conseguía centrarme y despertar. También me dio la sensación de que alguien me levantaba del suelo. Percibí el calor de un cuerpo junto al mío y un suspiro de alivio. Volví a perder la cuenta de lo que sucedió después.
Cierto tiempo más adelante (no sabía si habían pasado minutos, horas o días) empecé a despertar. Me estremecí, tenía frío. Una mano caliente se posó en mi frente. Cuando se apartó, quise pedirle a esa persona que la volviera a depositar allí. Intenté abrir los ojos pero no lo logré. Transcurridos unos minutos, la persona que estaba en el cuarto se marchó (lo supe porque escuché la puerta cerrarse y su fragancia al pasar a mi lado) y me quedé sola y desprotegida. No me sentía a gusto, sufría un miedo atroz pero no tardé en dormirme de nuevo.
La siguiente vez que desperté, noté sensaciones que la vez anterior no había notado. Aquel sitio olía a hogar (o, por lo menos, a seguridad). Mi mano acariciaba una suave tela caliente, una sábana. Olía a alguna especie de sopa. Alguien sujetaba mi otra mano entre las suyas. Escuchaba una respiración regular, de alguien que probablemente estuviera dormido. Abrí los ojos y miré a mi alrededor. Estaba tumbada en una cama. A mi derecha, había una mesa baja en la que reposaba un cuenco que desprendía un aroma delicioso. Mi estómago rugió. Miré a mi izquierda: en una silla, estaba sentado Pablo, dormido. Sus manos rodeaban la mía, en un gesto protector. Su rostro mostraba preocupación, incluso dormido. Consiguió enternecerme. No quería moverme, quería verlo dormir un rato más.
Pero, ¿cómo había llegado yo hasta allí? Recordaba que me había marchado tras una discusión con Pablo y Arturo. ¡Arturo! ¿Dónde estaba? Me arrebujé con cuidado en la manta. También me acordaba de que lloviera pero después ¿qué había sucedido? Me moría de ganas de preguntárselo a Pablo aunque nada en aquellos momentos era más importante que verlo descansar de esa manera.
No había llegado a transcurrir un cuarto de hora cuando Pablo se despertó. Lo primero que hizo, fue mirarme. Vio que lo miraba y esbozó una pequeña sonrisa.
-Me alegro de que despiertes, es algo bueno-suspiró.
-¿Qué ha pasado?
-Necesitas descansar-objetó.
-Pablo-utilicé mi voz de ``no voy a parar hasta que me lo digas´´.
-Te lo contaré si me prometes que en cuanto termine descansarás.
Acepté.
-Acababas de pelearte con nosotros y dijiste que te ibas. Supuse que lo decías en broma, que no te atreverías a hacerlo y menos casi al anochecer-en su voz no parecía haber enfado, solo cansancio-Pero lo hiciste. Nosotros nos quedamos un rato más abajo. A la hora de la cena, no bajaste y nos preocupamos. No estabas arriba. Salimos a buscarte por el bosque, aunque era de noche. Los demás quisieron regresar, llovía a cántaros. Arturo y yo nos quedamos, estábamos preocupados. Rewth y Aklenk nos ayudaron. Cada vez era más tarde y no te encontrábamos. Estuvimos toda la noche. Por la mañana, el tiempo seguía igual y no habíamos encontrado ni una sola pista sobre tu paradero. Nosotros estábamos congelados y agotados. No quería regresar sin ti-me miró con los ojos verdes centelleando-Yo…me temía lo peor-como siempre, tan positivo-Pensé que podrías estar inconsciente o algo peor. Me obligaron a volver y descansar. Al cabo de unas horas el día se despejó y volvimos a salir. Te encontramos. No estabas tan lejos de nosotros. Nunca lo estuviste. Me alegré mucho al ver que seguías viva. Temblabas, muchísimo. Tenías fiebre y estabas inconsciente. Te cogí y te llevé hasta casa. Estabas empapada. No me dejaron quedarme todo el tiempo a tu lado cuando comprobaron lo enferma que estabas. Arturo también estaba preocupado y se sentía mal por haberte dicho todas aquellas…cosas. Llevas un par de días dormida. Has tenido muchísima fiebre. Yo…sólo quería que te pusieras bien-me dijo, tan inocentemente-Lo siento.
-No tienes que sentir nada. No sé como fui tan idiota de irme. Y, cuando empezó a llover, no supe que hacer y pensé que debía quedarme quieta. No me sentía bien y…-me callé.
-¿Tienes hambre?-me preguntó mientras señalaba el cuenco de la mesa.
Lo acepté y lo devoré en un par de cucharadas. Era una sopa deliciosa y espesa, que consiguió que me sintiera más a gusto.
-Me iré para que descanses-se levantó.
-Espera-supliqué-¿Quieres…quieres quedarte un rato más?
Me dijo que sí.
-Puedes…tumbarte a mi lado, si estás cansado o…-suponía que había pasado la mayor parte del tiempo a mi lado, lo conocía.
Me hice a un lado para permitirle acostarse a mi lado. En cualquier otro momento, su brazo me habría rodeado. Me parecía mal pedirle que me abrazara por lo que me limité a disfrutar su compañía de esa manera. Me acerqué un par de centímetros más a él. Me giré para mirar su cara. Tenía los ojos cerrados pero no estaba dormido. El pelo cobrizo le caía sobre la frente, estaba despeinado. Sin poder contenerme, se lo coloqué. Noté que se movía, sin llegar a apartarse. Me pareció que se relajaba mientras yo seguía acariciando su pelo. Tal vez eso era lo que quería creer. Me sentía tan a gusto que no quería separarme nunca de él. ¿Volvía a quererlo? Me negaba a admitir que, en mi escapada, me preocupaba no volver a verlo, que no supiera que lo quería. Pero no podía decírselo en esos momentos. No soportaría hacerle daño de nuevo. Él tenía que rehacer su vida con otra persona y olvidarse de mí. En esos momentos, me pareció que no íbamos por un buen camino. Sólo será hoy, me dije, mordiéndome el labio. En cuanto me encuentre mejor me alejaré.
No sé cuanto tiempo permanecimos así. Yo terminé por dormirme también, con mi mano rozando su pelo. Cuando desperté, horas más tarde, Pablo ya no estaba a mi lado. Me levanté y apoyé los pies descalzos en el suelo. Llevaba puesto un pantalón delgado (que no era mío) y una camiseta de manga larga, que abrigaba bastante. Salí de la habitación, temblando ligeramente.
Como siempre, acudí a la cocina. En ella estaban Lysia, Valeria, Pablo y Arturo, conversando en voz baja.
-¿Qué haces levantada?-me regañó Pablo-Te vas a enfriar-se levantó y se acercó, dispuesto a llevarme de vuelta a mi habitación.
Fruncí el ceño.
-Estoy bien-mi tono se endureció.
Arturo parecía evitarme.
-Noah, has estado muy enferma, debes descansar.
-Ya he descansado lo suficiente. Quiero saber de que habláis.
-Te lo contaré luego-aseguró, tratando de acompañarme hasta la habitación.
-Quiero escucharlo por mí misma-no quería que me lo contara él, porque estaba segura de que modificaría cosas si pensaba que me protegía.
-Maldita testaruda…-masculló-Iré a buscar una manta.
-Estoy bien-repetí, monótona.
Me ignoró y subió las escaleras. Me senté en una silla, la que anteriormente ocupaba Pablo. A mí derecha, Valeria. A mi izquierda, Lysia. Arturo estaba enfrente.
Nadie hablaba y empezaba a sentirme muy incómoda. Pablo regresó. Cubrió mis hombros con la manta y me dejó unos calcetines en el regazo. Me los puse, percatándome de que tenía los pies helados.
-Seguid hablando…-susurré, repentinamente cohibida.
Se miraron entre sí, dudosos.
Contuve un bostezo. No me hubiera costado decir algo que los incitara a hablar pero todavía me sentía algo enferma.
-Estábamos hablando sobre cuando se marcharán. Querían esperar a que estuvieras mejor-me informó Valeria, caritativa.
¡El viaje! No había pensado absolutamente qué haría.
Fruncí el ceño.
-Os acompañarán Rewth y Aklenk-dijo Lysia, sin prestarme atención.
Ellos no protestaron.
-¿Todavía…?-empecé en voz baja-¿Todavía puedo ir?-continué, nerviosa.
-No creo que sea lo más adecuado-me interrumpió Pablo.
-No te estaba preguntando si pensabas que fuera adecuado. He preguntado si podía ir. Y creo que no eres tú quien debe contestar esa pregunta, de todas formas-miré a Lysia, que parecía complacida con mi respuesta. Había demostrado que tenía agallas.
Escuché una risita ahoga y supe al instante que procedía de Arturo.
¿Me había pasado con la contestación? No.
No estaba teniendo en cuenta que me había salvado de morir y siempre seguía queriendo lo mejor para mí.
Unos remordimientos empezaron a adueñarse de mí pero los eché sin miramientos mientras Lysia comenzaba a hablar.
-Puedes ir, desde luego. Eres libre. Como si los quieres perseguir.
Me abstuve de dirigir una mirada de suficiencia al pobre Pablo.
-No os marchéis sin mí-pedí mientras me levantaba y volvía a mi habitación. Ya había dado suficiente guerra por un solo día.
Me dejé caer sobre la cama como un peso muerto. Estaba más cansada de lo que pensaba, todavía me sentía algo febril. No me tapé y enseguida comencé a seguir escalofríos. Me apresuré a meterme por dentro y a echarme la otra manta por encima. Así se estaba muchísimo mejor.
Me empezó a doler la cabeza. Me arrebujé más en la manta, deseando que se convirtiera en mi escudo contra cualquier mal.
¿Cuánto tiempo pasaría hasta que fuéramos al Norte? Me alegraba que Rewth y Aklenk fueran a venir con nosotros. A ambos los consideraba amigos. Y me fiaba de ellos, de que nos cuidaran y protegieran.
No era consciente de que ellos correrían los mismos peligros que nosotros.
En poco tiempo, estaba dormida, a pesar del dolor de cabeza.
A la mañana siguiente me informaron que en cuatro días nos marcharíamos. Nadie trató de insistir en que no fuera.
La mañana en la que partíamos me sentía perfectamente. Oculté mi nerviosismo durante el desayuno. Salí antes que los demás. Pablo estaba hablando con Lysia y Arturo…no tenía interés en saber lo que estaba haciendo. Los había evitado bastante bien en los días anteriores. No quería despedirme de nadie. ¿De quién iba a hacerlo? Me pareció oír unos piececitos correteando. Me sorprendí ya que no había visto a ningún niño rondando la zona. Miré a mi alrededor, tratando de localizar al causante del ruido. Una cara conocida no tardó en aparecer. Era…Lésira. 

4 comentarios:

  1. Por favor, que maravilla...me encantan las partes Noa-Pablo^^ bueno, en general me encanta toooda la historia, pero es que esas partes...en fin:D jajaja
    Un beeso!

    ResponderEliminar
  2. *--------------------* Vale, esté capítulo es genial :D Estoy deseando saber con quien se queda Noah. Tanto Pablo como Arturo son geniales, yo no sabría decidirme :S
    Y a ver lo que pasa en el viaje, estoy deseando leer el siguiene capítulo :)
    ¡Un beso! Sube pronto :3

    ResponderEliminar
  3. aish me encanto el capitulo.
    Aun no sabemos con quien se queda noah, por favor no me tengas tan en teension que quiero saberlo ya )_(
    A ver qué pasa que estoy con unas ganas del prox ahbfhbf
    Un besazo

    ResponderEliminar
  4. Me ha gustado, ha sido largo y eso me gusta. Quiero otro y saber que pasa en la Region del Norte. Sigue asi Maria

    ResponderEliminar

¡Hola! Alguien que se acuerda de comentar y hacerme feliz :) ¡¡Recuerda confirmar que no eres un robot!! xD
PD: Agradeceré tu comentario mientras no sea spam.