Me desperté sobresaltada y sudorosa. Me incorporé, en busca de la
pantera que debería haberme matado. Suspiré, aliviada. Sólo había sido un
sueño, sólo eso. Reí.
-¿Qué ha pasado?-la puerta se abrió y entró Arturo. Por unos momentos,
había esperado que fuera Pablo, que todo volviera a ser como antes…
-He tenido una pesadilla. Sólo eso.
-¿Estás bien?-me preguntó, entrando y cerrando la puerta.
Me molestaba tanta atención por su parte. El único que se preocupaba de
ese modo por mí, era Pablo. Me obligué a recordar que todo eso había pasado,
terminado, y que nada volvería.
-Claro que estoy bien. ¿Ves que esté llorando?-espeté.
-Se puede estar mal sin llorar, para tu información-respondió, en tono
hosco. Me recordó al Arturo que yo había conocido, al verdadero.
No contraataqué, enfadada. Se sentó a mi lado, sabiendo que yo iba a
hablar.
-Lo echo de menos-suspiré.
Era fácil sincerarse con él. Las palabras salían de mis labios antes de
que fuera capaz de pensarlas.
-Es normal. Yo también la echaba de menos-suspiró, más hondamente que
yo.
-¿Ya no? ¿La has olvidado? ¿La querías?-más que preguntas, parecía un
interrogatorio.
-Las preguntas de una en una, periodista-bromeó.
-Háblame de ella, de tu vida-le pedí.
Me percaté de que pensaba que conocía a Arturo, pero no era así. No sabía
como era su rutina, sus amigos, sus gustos. No sabía nada.
-Ruth era fantástica. Más alta que tú-entrecerré los ojos, no me
gustaba hablar de mi baja estatura-Te caería bien. Sus ojos eran verdes,
parecidos a los de Pablo. Su pelo era rojizo, precioso, suave. Pero lo que
realmente me gustaba de ella era su personalidad. Simpática, bromista, podía
convencer a todo el mundo para que hiciera lo que ella quisiera, era
emprendedora, testaruda-me miró con las cejas alzadas y aparté la vista,
incómoda-Le gustaba tocar el bajo, íbamos a montar una banda, por absurdo que
suene.
Observé como se transformaba al hablar de ella: melancólico, tranquilo,
sus ojos adquirían un brillo soñador.
-¿Cómo la conociste?
-Oh, no esperes una historia como la vuestra, tan romántica-me
advirtió-Nos conocimos por un amigo mío. Nos invitó a una actuación de un grupo
que versionaba a Queen, Metallica, Nirvana… Eran bastante malos-rió-Lo pasamos
bastante bien criticándolos. Intercambiamos los teléfonos y empezamos a hablar…
Un día le pedí salir y, bueno, lo demás no te interesará.
-¿Te gustaría haber seguido con ella?
-Sí, supongo, no lo sé…-titubeó-Tú…-se detuvo.
-Nunca me habrías conocido-le dije-¿Te lo imaginas?
-La verdad es que no. Ruth, tú…las dos sois maravillosas, de formas
diferentes.
-Siento no saber que decirte en estos momentos-confesé, nerviosa.
-No tienes que decir nada. Yo digo esto porque quiero.
-Cuéntame más cosas-pedí, tras unos momentos.
-¿Más cosas sobre qué?
-Sobre
ti, tu vida, tus amigos, tu familia, todo.
-Siempre
viví en la misma ciudad. Siempre acudí al mismo instituto. Desde que tengo
memoria he acudido a clases de taekwondo. Tengo varias medallas en mi
habitación. Quería aprender a tocar la batería el verano pasado, a la vuelta de
las vacaciones. Se me dan bien las Matemáticas y la Física. Nunca me han
gustado los idiomas ni la Biología. Escucho Metallica desde la cuna,
prácticamente. Quería ser físico nuclear.
La
mitad de las cosas que decía, no las llegaba ni a imaginar.
-¿Te
sorprende?-preguntó, tras mi repentino silencio.
-Siendo
sincera, sí.
-Habla
tú ahora.
-¿Yo?
¿Qué quieres que diga?
-Cosas
como las que yo he dicho.
Pensé
unos segundos, antes de empezar.
-Vivo
en una ciudad pero veraneo en un pueblo. Tengo una hermana. Y un perro en el
pueblo. No se me dan bien los deportes. Siempre me gustó el pueblo porque
estaba Pablo. Nunca necesité nada más. Tal vez, unos veranos más largos, o más
tiempo al lado de él, pero no podía quejarme. Era demasiado perfecto todo. Ya
sabes lo que pasó-me interrumpí.
-Creo
entender que los dos éramos más felices antes de conocernos-me dijo.
Asentí.
-¿Se
arreglarán las cosas algún día?-pregunté en voz baja.
-No
lo sé-fue sincero.
Estaba
segura de que Pablo hubiera dicho: claro que sí, no pasará nada malo, yo cuidaré
de ti o algo por el estilo. Arturo no mentía por protegerme. ¿Cuál de ellos era
mejor? No lo sabía. A veces uno necesita saber la verdad, otras, que le mientan
por su bien.
Las
dos respuestas eran aceptables.
-¿Recuperaremos
algún día la normalidad?
-Noah,
no lo sé…
-Tú
puedes-acusé-Puedes irte. Tienes la ciedyalna.
-¿Y os dejo aquí? Sabes que no
soy así.
-Pablo y yo lo
preferiríamos-contesté, dura. Quería conseguir que se fuera, no era su
problema-Hemos sobrevivido sin ti-me dolió decírselo. Sabía que Pablo estaba en
la habitación de al lado (o donde quiera que anduviera) gracias a él.
-¿De verdad lo crees?-su
semblante estaba repleto de dolor.
No fui capaz de hablar.
-En serio, lárgate-me costó
unos minutos reunir la fuerza de voluntad para decírselo-Vuelve a tu casa,
invéntate una excusa, recupera a Ruth, aprende a tocar la batería, monta un
grupo, estudia Ingeniería. Olvídate de nosotros, de Layndeian, de todo esto.
Serás capaz de hacerlo, lo sé.
Agachó la cabeza, sin mirarme
durante un largo rato.
-No podré hacerlo, no soy tan
insensible.
-¡Vuélvete así! Olvídate,
déjanos en paz. Es nuestra guerra. Perdón, no es nuestra guerra pero menos lo
es tuya.
-¿Qué vas a hacer si no me
quiero ir?
Ahí me había pillado. No podía
echarlo. O tal vez sí.
-Podré conseguir que te vayas.
Hablaré con Pablo, con Valeria, con Lysia, con Shylia, con Aklenk, con Rewth,
con quien haga falta. ¿Acaso crees que no podrían obligarte?
Parecía bastante triste.
-Si no te has ido en una
semana, lo haré.
-¿De verdad te consideras tan
importante? ¿No necesitan aliados en esta guerra? ¿Prescindirán de mí tan
fácilmente?
-Convenceré a Pablo y a él si
le harán caso.
-¿Esperas que después de lo
que está pasando vaya a seguir haciendo lo que tú quieres?-atacó.
-Nunca ha hecho lo que yo
quería-me defendí, herida.
-¡Sabes
que sí! Si no hacía lo que tú le pedías, te enfadabas o le gritabas. Te ponía
las cosas demasiado fáciles.
-¿Cómo
eres capaz de decirme esto?-sentía unas inmensas ganas de llorar-¡Le he dejado
por tu culpa! Le he herido por tu culpa-comprendí-Desde el primer momento, has
intentado que lo dejara, decías que debía hacer lo que fuera mejor para mí, que
él me comprendería si decidía alejarme…-me horroricé. ¿Podía haber actuado por
un impulso? O, peor aún ¿por su insistencia en el tema?
-No
es así. Tú dudabas de tus sentimientos, yo te aconsejé, la decisión fue
completamente tuya.
Me
levanté y salí corriendo, incapaz de soportar un segundo más esa presión. Sin
darme cuenta de adonde iba, entré en la habitación de Pablo. Deseé que no
estuviera allí pero no tuve tanta suerte.
-¿Te
pasa algo? ¿Por qué lloras?
En
vez de responder o calmarme, prorrumpí a llorar más desesperadamente.
Se
levantó y me rodeó los hombros con el brazo.
-Puedes
hablar conmigo-suspiró.
No
le hice caso, seguí llorando.
-Por
favor, deja ya de llorar-me suplicó, una eternidad más tarde. Su brazo seguía
sobre mis hombros en un gesto protector-No te he visto llorar tanto
desde…nunca-reconoció.
Me
limpié los ojos con la mano derecha.
-¿Me
vas a contar lo que te pasa? Haría lo que fuera por ayudarte.
-¿Pese
a todo lo que hice?-pregunté en voz baja.
Asintió.
-Es…sobre
ti-empecé-O sobre nosotros. Y sobre Arturo. Sobre todo.
-Me
parece que será una larga historia.
Empecé,
despacio, con voz apenas audible. Le conté todas las dudas que había albergado,
todo lo que había sufrido, mis conversaciones con Arturo, su confesión, que lo
echaba de menos, que creía que me había precipitado.
Cuando
terminé, en vez de llamarme estúpida y mandarme a paseo, o maldecir Arturo, me
miró con cariño.
-Siento
no haber sabido como tratarte y que por mi culpa hayas sufrido. Comprendo que
Arturo se haya enamorado de ti. No sé si él ha precipitado nuestra ruptura. No
sé que debes hacer. Quiero ayudarte. No debes sentirte sola. Siempre podrás
confiar en mí.
-Eres
la mejor persona que he conocido jamás ¿lo sabes?
Me
sonrió.
-No
creo que sea para tanto…
-¡Sí lo es! Vale, ha habido
veces que no me has tratado demasiado bien, pero estabas preocupado, nervioso.
¡Yo te he tratado peor en infinidad de ocasiones por minucias! Tenías tus
razones para actuar así. Yo te he dejado y ahora te digo que no sé si he hecho
bien.
-¿Pretendes decirme que
quieres que volvamos a estar juntos?-me pareció detectar una nota de alegría en
su voz.
No quería decepcionarlo.
-No lo sé. Necesito algo más
de tiempo. ¿Estarías dispuesto?
-¿A esperar? ¿A volver
contigo? Sí a las dos cosas.
-¿Cómo…? Serías más feliz con
otra persona que te merezca más-pensé en Valeria.
-¿Por qué crees eso? Eres
increíble, aunque te hayas equivocado. ¿Piensas que otra chica habría
acompañado a su novio a una aventura que puede conseguir que muera? ¡Y dos
veces!
-Cualquier chica lo haría por
alguien como tú-me limité a decir.
-Qué inocente eres a
veces-rió.
-¿Has visto a Valeria? ¡Te
adora!-espeté.
No me respondió.
-Perdón. No quería decirlo…Ya
me conoces.
Sacudió la cabeza.
Me sentía más a gusto tras
haberme sincerado, en paz.
-Soy un poco tonto, pero me
doy cuenta de algunas cosas.
-Creo que ella te merece. Más
que yo.
-Intentó matarte. Y casi me
mata a mí. ¿Me merece más que tú por eso? Lo siento, te pareceré un rencoroso
pero no. Además de que no sería capaz de estar con alguien diferente a ti.
-Sólo han sido tres años de tu
vida…-me disculpé, sus palabras sonaran demasiado serias, angustiadas.
-¿Sólo han sido tres años? El
amor no se mide en años, si no en sentimientos experimentados-replicó, muy
seguro de si mismo.
-Dejémoslo-pedí.
-Algún día tendremos que
volver a hablarlo.
-Pero no hoy-afirmé con
determinación.
La puerta se abrió y apareció
la persona que menos me apetecía ver, Arturo. Pablo me miró de reojo pero no
habló.
-Valeria me ha dicho que
bajemos. Tenemos algo que hacer.
-¡Espera!-lo detuve cuando se
marchaba-¿Sabes algo más?
Negó con la cabeza,
dirigiéndome una mirada dura.
Pablo se levantó.
-Puedes quedarte aquí si
quieres, te lo contaré luego. No pasa nada-ofreció.
-No, quiero ir.
Suponía que sería capaz de
ocultarme cosas sólo por protegerme y no pensaba quedarme al margen. Bajé tras
él.
Arturo y Valeria nos esperaban
al pie de las escaleras, conversando sin demasiados ánimos.
Interrumpieron la conversación
(si es que podía llamarse así) y nos dirigimos todos juntos a un salón. Lysia
nos esperaba, sentada. Mostraba un aspecto calmado, así que supuse que no eran
unas noticias tan aterradoras como me había imaginado en un primer momento.
-Sentaros-nos pidió.
Dudé un momento. ¿Al lado de
quien sentarme? Con Arturo no, seguía resentida, enfadada, dolida y confundida.
Con Pablo, tampoco. Si pretendía que algún día estuviera con Valeria sería un
error. ¿Con Valeria? Era la única opción que me quedaba, ya que Lysia estaba
junto al brazo del sofá y Pablo había ocupado ese lugar. Apuré a sentarme a su
lado y le dirigí una sonrisa tímida. Arturo ocupaba un lugar entre Pablo y
Valeria, lo suficientemente alejado para que yo consiguiera pensar en otra cosa
que no fuera nuestra reciente discusión.
-Os he hecho llamar para
pediros un favor-se detuvo, mientras nosotros nos mirábamos, interrogantes.
-¿Desde cuándo pedís favores
aquí? ¿Nos quedará otra opción? También podíais habernos pedido las cosas por
favor el año pasado-repliqué, mordaz y cortante a partes iguales.
En cualquier otro momento,
Pablo me habría dicho que me callara de una manera sutil y Arturo se habría
reído, socarrón. Todos permanecieron callados, evitando mirarme.
-Tú si tienes otra opción. Si
no quieres escuchar lo que vamos a decir, puedes marcharte ahora-me dijo con
voz fría Lysia.
También sabía que, en
cualquier otro momento, se habría tomado las cosas con más calma.
Callé.
-Ahora, si puedo continuar-me
miró, retándome con la mirada a que la interrumpiera-Quería pediros que
colaborarais en una misión extremadamente peligrosa.
¿Colaborar? Me costó
contenerme, pero me parecía una injusticia. Nunca nos había pedido colaboración
ni ayuda, nos habían obligado a dársela. Y ahora, tan cordialmente, venían a
pedirnos… ¿qué? ¿Qué nos iban a pedir? Con tanta cordialidad, no podía ser nada
bueno.
-¿Qué es?-se impacientó Pablo.
Yo no quería escucharlo. No me
iba a gustar.
-Ir al Norte. Investigar.
Tratar de arreglar las cosas con los cuilpands.
-¿No
eran peligrosos? ¿Porqué nosotros? ¡Id vosotros!-exclamé, enfurecida.
-Ya
te he dicho que puedes quedarte si quieres.
-Lo
siento, pero ellos tampoco van a ir-señalé a Pablo y Arturo.
-No
nos lo puedes impedir-me gruñó Arturo.
Apreté
los labios, consciente de que no podía decidir por ellos.
-¿Podremos
pensarlo?-le preguntó Pablo.
-Por
supuesto, pero no tardéis demasiado en decir lo que queréis hacer.
A
él si que lo trataba bien, claro.
-¿Podemos
irnos a hablarlo entre nosotros?-la miré a los ojos durante un momento.
Se
encogió de hombros.
-No
tendríais que luchar-parecía que se sentía en obligación de decirlo para vivir
tranquila.
Me
levanté, dispuesta a irme para hablar razonadamente con Arturo y Pablo.
No
me siguieron.
-¿Venís?-pregunté,
cohibida.
-Yo
ya lo tengo decidido, voy-dijo Arturo con tono impersonal, completamente
carente de emoción alguna.
-¿Qué?-pude
pronunciar.
¿Se
había vuelto loco? ¡No sabíamos lo que podíamos encontrarnos! Era un peligro,
una aventura que no estábamos preparados para vivir.
-¿Tú
también vas?-le espeté a Pablo.
Meneó
lentamente la cabeza, afirmativamente.
-¡Estáis
locos! Sois unos inconscientes. ¡Idiotas!-les grité.
-Ya
vuelve a gritar-murmuró Arturo, lo suficientemente alto para que lo escuchara.
Me
giré, todavía más enfadada.
-¿Sabéis
qué? Haced lo que queráis con vuestras vidas, olvidadme, no me dirijáis la
palabra porque yo, me voy-exclamé.
Me
marché a la carrera, dejándolos estupefactos. Comencé a guardar todas mis
cosas. Me iría en ese mismo momento. Aprovecharía el revuelo formado para irme
lejos, tratar de recordar el camino de vuelta a casa, no quería saber nada más
con ellos. No pensé que haría para sobrevivir, para orientarme. Estaba llena de
furia y, la mejor idea que se me ocurriera, era huir. Una idea muy cobarde, se
mirara por donde se mirara.
En
cuanto tuve la mochila preparada, bajé las escaleras con sigilo. No quería que
intentaran detenerme. Tuve el suficiente sentido común para coger algo de
comida y de bebida.
Era
casi de noche. Apenas quedaba una hora de luz. Recordaba la salida del lugar.
Me acerqué allí y me detuve en la linde del bosque para mirar atrás. Nadie
corría hacia mí pidiéndome que me quedara, nada me ataba allí.
Me
adentré entre los árboles a paso rápido. Me dio pena no haberme despedido de
Rewth, de Aklenk, de Bucéfalo. Eran lo único bueno que había obtenido de
Layndeian. Al cabo de un cuarto de hora, todos los árboles me parecían iguales
y la noche se abría paso inexorablemente. En unos minutos no vería nada. ¿Debía
acostarme? Me estremecí y saqué una chaqueta de la mochila. Unos minutos más
tarde, la oscuridad me obligó a detenerme. Aunque tenía algunos objetos que
podían proporcionarme cierta cantidad de luz, no quería golpearme. El lugar en
el que estaba me parecía tan bueno como cualquier otro.
Extendí
el saco y dejé las cosas a mi lado. Estaba nerviosa. Era la primera noche que
pasaba completamente sola en el bosque. Siempre, anteriormente, estuviera con
Pablo o Arturo a mi lado, protegiéndome. Quería estar alerta aunque,
conociéndome, dormiría profundamente. En apenas unos minutos, conseguí cerrar
los ojos, acurrucada. Esa noche, hacía bastante frío. ¿Había cometido una
estupidez? Sí, desde luego que sí. Me entraron ganas de llorar. Unas lágrimas
resbalaron por mis mejillas antes de que pudiera evitarlo. Me las sequé con el
dorso de la mano.
¿Cómo
se me ocurrían esas ideas? Siempre lo hacía todo mal, absolutamente todo. Era
demasiado tarde para dar marcha atrás, tendría que pasar la noche allí. Imaginé
que estaba en otro lugar, en una cama caliente, a salvo. Al no conseguir
tranquilizarme, me incorporé. ¿Aquello fuera un crujido? ¿Esa sombra no era
demasiado humana para pertenecer a un árbol? Me mordí el labio hasta que
sangró.
Era
muy tarde para volver y sabía que chocaría contra cualquier cosa. Sollocé.
Tenía mucho frío. Me hice un ovillo y apreté con fuerza mi mano contra la
mejilla. El viento soplaba con fuerza y agitaba hojas a mi alrededor. Tenía que
ser una pesadilla, no había otra explicación.
Me
pareció que algo húmedo caía sobre mi cara. Como ya estaba adormilada, me costó
averiguar que era. Agua, lluvia. Llovía. No fui capaz de contener las lágrimas
y rompí a llorar. No sabía porque lloraba, me lo merecía, me lo había buscado.
Estaba
cansadísima. No encontraría ningún lugar a cubierto en ese lugar, por mucho que
me esforzara. Supliqué que solo fueran unas cuantas gotas, pero no hubo suerte.
Todo lo que no lloviera desde que llegara allí se descargó en aquel momento. En
cuestión de segundos estaba empapada. Tenía ropa de repuesto pero no serviría
de nada. Me cogería el frío al cambiarme y volvería a estar chorreando agua en
menos de lo que dura un parpadeo. Debía quedarme quieta.
La
impotencia de no hacer nada me paralizaba. Dejé de llorar, no serviría de nada
aparte de que me encontraría peor y tendría los ojos hinchados y enrojecidos. Me
quedé dormida tiritando, estaba congelada.
Me
desperté a media noche. ¿Alguien había gritado mi nombre? Era imposible, me
dije, mientras cerraba los ojos lentamente, encogiéndome sobre mi misma para
conservar algo de calor.
Lo
que sucedió después, fue confuso. Me pareció escuchar voces pero estaba tan
cansada que no conseguía centrarme y despertar. También me dio la sensación de
que alguien me levantaba del suelo. Percibí el calor de un cuerpo junto al mío
y un suspiro de alivio. Volví a perder la cuenta de lo que sucedió después.
Cierto
tiempo más adelante (no sabía si habían pasado minutos, horas o días) empecé a
despertar. Me estremecí, tenía frío. Una mano caliente se posó en mi frente.
Cuando se apartó, quise pedirle a esa persona que la volviera a depositar allí.
Intenté abrir los ojos pero no lo logré. Transcurridos unos minutos, la persona
que estaba en el cuarto se marchó (lo supe porque escuché la puerta cerrarse y
su fragancia al pasar a mi lado) y me quedé sola y desprotegida. No me sentía a
gusto, sufría un miedo atroz pero no tardé en dormirme de nuevo.
La
siguiente vez que desperté, noté sensaciones que la vez anterior no había
notado. Aquel sitio olía a hogar (o, por lo menos, a seguridad). Mi mano
acariciaba una suave tela caliente, una sábana. Olía a alguna especie de sopa.
Alguien sujetaba mi otra mano entre las suyas. Escuchaba una respiración
regular, de alguien que probablemente estuviera dormido. Abrí los ojos y miré a
mi alrededor. Estaba tumbada en una cama. A mi derecha, había una mesa baja en
la que reposaba un cuenco que desprendía un aroma delicioso. Mi estómago rugió.
Miré a mi izquierda: en una silla, estaba sentado Pablo, dormido. Sus manos
rodeaban la mía, en un gesto protector. Su rostro mostraba preocupación,
incluso dormido. Consiguió enternecerme. No quería moverme, quería verlo dormir
un rato más.
Pero,
¿cómo había llegado yo hasta allí? Recordaba que me había marchado tras una
discusión con Pablo y Arturo. ¡Arturo! ¿Dónde estaba? Me arrebujé con cuidado
en la manta. También me acordaba de que lloviera pero después ¿qué había
sucedido? Me moría de ganas de preguntárselo a Pablo aunque nada en aquellos
momentos era más importante que verlo descansar de esa manera.
No
había llegado a transcurrir un cuarto de hora cuando Pablo se despertó. Lo
primero que hizo, fue mirarme. Vio que lo miraba y esbozó una pequeña sonrisa.
-Me
alegro de que despiertes, es algo bueno-suspiró.
-¿Qué
ha pasado?
-Necesitas
descansar-objetó.
-Pablo-utilicé
mi voz de ``no voy a parar hasta que me lo digas´´.
-Te
lo contaré si me prometes que en cuanto termine descansarás.
Acepté.
-Acababas
de pelearte con nosotros y dijiste que te ibas. Supuse que lo decías en broma,
que no te atreverías a hacerlo y menos casi al anochecer-en su voz no parecía
haber enfado, solo cansancio-Pero lo hiciste. Nosotros nos quedamos un rato más
abajo. A la hora de la cena, no bajaste y nos preocupamos. No estabas arriba.
Salimos a buscarte por el bosque, aunque era de noche. Los demás quisieron
regresar, llovía a cántaros. Arturo y yo nos quedamos, estábamos preocupados.
Rewth y Aklenk nos ayudaron. Cada vez era más tarde y no te encontrábamos.
Estuvimos toda la noche. Por la mañana, el tiempo seguía igual y no habíamos
encontrado ni una sola pista sobre tu paradero. Nosotros estábamos congelados y
agotados. No quería regresar sin ti-me miró con los ojos verdes
centelleando-Yo…me temía lo peor-como siempre, tan positivo-Pensé que podrías
estar inconsciente o algo peor. Me obligaron a volver y descansar. Al cabo de
unas horas el día se despejó y volvimos a salir. Te encontramos. No estabas tan
lejos de nosotros. Nunca lo estuviste. Me alegré mucho al ver que seguías viva.
Temblabas, muchísimo. Tenías fiebre y estabas inconsciente. Te cogí y te llevé
hasta casa. Estabas empapada. No me dejaron quedarme todo el tiempo a tu lado
cuando comprobaron lo enferma que estabas. Arturo también estaba preocupado y
se sentía mal por haberte dicho todas aquellas…cosas. Llevas un par de días
dormida. Has tenido muchísima fiebre. Yo…sólo quería que te pusieras bien-me
dijo, tan inocentemente-Lo siento.
-No
tienes que sentir nada. No sé como fui tan idiota de irme. Y, cuando empezó a
llover, no supe que hacer y pensé que debía quedarme quieta. No me sentía bien
y…-me callé.
-¿Tienes
hambre?-me preguntó mientras señalaba el cuenco de la mesa.
Lo
acepté y lo devoré en un par de cucharadas. Era una sopa deliciosa y espesa,
que consiguió que me sintiera más a gusto.
-Me
iré para que descanses-se levantó.
-Espera-supliqué-¿Quieres…quieres
quedarte un rato más?
Me
dijo que sí.
-Puedes…tumbarte
a mi lado, si estás cansado o…-suponía que había pasado la mayor parte del
tiempo a mi lado, lo conocía.
Me
hice a un lado para permitirle acostarse a mi lado. En cualquier otro momento,
su brazo me habría rodeado. Me parecía mal pedirle que me abrazara por lo que
me limité a disfrutar su compañía de esa manera. Me acerqué un par de
centímetros más a él. Me giré para mirar su cara. Tenía los ojos cerrados pero
no estaba dormido. El pelo cobrizo le caía sobre la frente, estaba despeinado.
Sin poder contenerme, se lo coloqué. Noté que se movía, sin llegar a apartarse.
Me pareció que se relajaba mientras yo seguía acariciando su pelo. Tal vez eso
era lo que quería creer. Me sentía tan a gusto que no quería separarme nunca de
él. ¿Volvía a quererlo? Me negaba a admitir que, en mi escapada, me preocupaba
no volver a verlo, que no supiera que lo quería. Pero no podía decírselo en
esos momentos. No soportaría hacerle daño de nuevo. Él tenía que rehacer su
vida con otra persona y olvidarse de mí. En esos momentos, me pareció que no
íbamos por un buen camino. Sólo será hoy, me dije, mordiéndome el labio. En
cuanto me encuentre mejor me alejaré.
No
sé cuanto tiempo permanecimos así. Yo terminé por dormirme también, con mi mano
rozando su pelo. Cuando desperté, horas más tarde, Pablo ya no estaba a mi
lado. Me levanté y apoyé los pies descalzos en el suelo. Llevaba puesto un
pantalón delgado (que no era mío) y una camiseta de manga larga, que abrigaba
bastante. Salí de la habitación, temblando ligeramente.
Como
siempre, acudí a la cocina. En ella estaban Lysia, Valeria, Pablo y Arturo,
conversando en voz baja.
-¿Qué
haces levantada?-me regañó Pablo-Te vas a enfriar-se levantó y se acercó,
dispuesto a llevarme de vuelta a mi habitación.
Fruncí
el ceño.
-Estoy
bien-mi tono se endureció.
Arturo
parecía evitarme.
-Noah,
has estado muy enferma, debes descansar.
-Ya
he descansado lo suficiente. Quiero saber de que habláis.
-Te
lo contaré luego-aseguró, tratando de acompañarme hasta la habitación.
-Quiero
escucharlo por mí misma-no quería que me lo contara él, porque estaba segura de
que modificaría cosas si pensaba que me protegía.
-Maldita
testaruda…-masculló-Iré a buscar una manta.
-Estoy
bien-repetí, monótona.
Me
ignoró y subió las escaleras. Me senté en una silla, la que anteriormente
ocupaba Pablo. A mí derecha, Valeria. A mi izquierda, Lysia. Arturo estaba
enfrente.
Nadie
hablaba y empezaba a sentirme muy incómoda. Pablo regresó. Cubrió mis hombros
con la manta y me dejó unos calcetines en el regazo. Me los puse, percatándome
de que tenía los pies helados.
-Seguid
hablando…-susurré, repentinamente cohibida.
Se
miraron entre sí, dudosos.
Contuve
un bostezo. No me hubiera costado decir algo que los incitara a hablar pero
todavía me sentía algo enferma.
-Estábamos
hablando sobre cuando se marcharán. Querían esperar a que estuvieras mejor-me
informó Valeria, caritativa.
¡El
viaje! No había pensado absolutamente qué haría.
Fruncí
el ceño.
-Os
acompañarán Rewth y Aklenk-dijo Lysia, sin prestarme atención.
Ellos
no protestaron.
-¿Todavía…?-empecé
en voz baja-¿Todavía puedo ir?-continué, nerviosa.
-No
creo que sea lo más adecuado-me interrumpió Pablo.
-No
te estaba preguntando si pensabas que fuera adecuado. He preguntado si podía
ir. Y creo que no eres tú quien debe contestar esa pregunta, de todas
formas-miré a Lysia, que parecía complacida con mi respuesta. Había demostrado
que tenía agallas.
Escuché
una risita ahoga y supe al instante que procedía de Arturo.
¿Me
había pasado con la contestación? No.
No
estaba teniendo en cuenta que me había salvado de morir y siempre seguía
queriendo lo mejor para mí.
Unos
remordimientos empezaron a adueñarse de mí pero los eché sin miramientos
mientras Lysia comenzaba a hablar.
-Puedes
ir, desde luego. Eres libre. Como si los quieres perseguir.
Me
abstuve de dirigir una mirada de suficiencia al pobre Pablo.
-No
os marchéis sin mí-pedí mientras me levantaba y volvía a mi habitación. Ya
había dado suficiente guerra por un solo día.
Me
dejé caer sobre la cama como un peso muerto. Estaba más cansada de lo que
pensaba, todavía me sentía algo febril. No me tapé y enseguida comencé a seguir
escalofríos. Me apresuré a meterme por dentro y a echarme la otra manta por
encima. Así se estaba muchísimo mejor.
Me
empezó a doler la cabeza. Me arrebujé más en la manta, deseando que se
convirtiera en mi escudo contra cualquier mal.
¿Cuánto
tiempo pasaría hasta que fuéramos al Norte? Me alegraba que Rewth y Aklenk
fueran a venir con nosotros. A ambos los consideraba amigos. Y me fiaba de
ellos, de que nos cuidaran y protegieran.
No
era consciente de que ellos correrían los mismos peligros que nosotros.
En
poco tiempo, estaba dormida, a pesar del dolor de cabeza.
A
la mañana siguiente me informaron que en cuatro días nos marcharíamos. Nadie
trató de insistir en que no fuera.
La
mañana en la que partíamos me sentía perfectamente. Oculté mi nerviosismo
durante el desayuno. Salí antes que los demás. Pablo estaba hablando con Lysia
y Arturo…no tenía interés en saber lo que estaba haciendo. Los había evitado
bastante bien en los días anteriores. No quería despedirme de nadie. ¿De quién
iba a hacerlo? Me pareció oír unos piececitos correteando. Me sorprendí ya que
no había visto a ningún niño rondando la zona. Miré a mi alrededor, tratando de
localizar al causante del ruido. Una cara conocida no tardó en aparecer.
Era…Lésira.