Capítulo 28

Un suave beso depositado en mi frente me despertó. Abrí los ojos y vi a Pablo. Sonrió. Le devolví la sonrisa. Me besó de  nuevo, esta vez en los labios. Me abracé a él, con fuerza, deseando no separarme nunca más…

***

Un tirón me despertó, arrancándome bruscamente del lado de Pablo.

-¿Qué?-gruñí.

Todo había sido un sueño. Y me pareciera tan real.

-Hay que ponerse en marcha-dijo Arturo.

Asentí, levantándome.  En apenas dos minutos, estábamos sobre Bucéfalo, avanzando casi al galope. No hablábamos, no teníamos nada que decirnos. Y  eso era  extraño. Yo siempre tenía tema de conversación. No era amiga de los silencios. Pero, parecía que Arturo sí. Y muy amigo.

Si estuviera con Pablo no me hubiera costado buscar un tema de conversación. Pero no  estaba  con Pablo.  Ese era el problema. Que él estaba lejos y solo, perdido, y yo también. Perdida en el camino. Respiré hondo. No quería pensar.

-No te preocupes-me tranquilizó Arturo.

-¿Tú sabes de lo qué estamos hablando?-le reproché.

-¡Tampoco será para tanto!-exclamó.

-¡Lo pueden matar, imbécil!-le grité. Estaba al borde de las lágrimas.

-¿¿Quieres dejar de gritarme en  el oído??-gritó todavía más alto que yo-¡Yo no tengo la culpa!

Callé, avergonzada. Me estaba comportando como una niñata pero estaba muy asustada. Y estaba pagando mi frustración con Arturo.

-Lo siento-murmuré, a modo de disculpa.

Se encogió de hombros.

-Siento decir que ya me estoy acostumbrando a que pases el día gritándome-reconoció.

-En serio, yo no soy tan borde. Me has pillado en mal momento.

Sonrió.

-Tranquila, no busco amistades, sólo salir de aquí de una vez.

Asentí.

Buce bajó el ritmo, jadeando.

-No aguanta el peso de los dos-observó Arturo.

-Pues tendrá que acostumbrarse-dije.

Se encogió ligeramente de hombros, pensando.

-Descansemos-propuso.

Acepté.

Cuando el caballo parecía más descansado, volvimos a reanudar la marcha.

Arturo llevaba las riendas.

-¿Falta mucho?

-No creo…

Cerré los ojos. Seguro que estaba bien. Se sabía cuidar. Pero si estaba inconsciente… Gruñí.

-Deja de torturarte-me pidió Arturo, como si pudiera leerme la mente-No pudimos hacer más de lo que hemos hecho.

-Si le pasa algo y, de alguna manera, podemos volver a nuestras casas, ¿con qué cara me presentaría ante su familia? Ellos no saben nada de esto.

Me miró fijamente. Se pasó una mano por el pelo.

-No sé que decir-reconoció.

Sonreí amargamente.

-Bienvenido a nuestro mundo-abarqué con un amplio gesto de la mano el espacio que nos rodeaba.

-No me gusta vuestro mundo-dijo.

-Ni a nosotros. Pero es lo que nos ha tocado vivir.