Capítulo 5

Caminaba mirando para todos los lados. En busca de un árbol frutal, un cartel, un pueblo, un chico o chica y un inhalador. Cosas extrañas para encontrar en un bosque. Pero no imposibles. Las hojas crujían bajo nuestro peso, rompiendo momentáneamente la quietud del bosque. Comencé a pensar las letras de canciones, intentaba continuarlas. Era un juego. Me lo enseñara mi padre, cuando tenía seis años, para que mantuviera a raya al miedo. Desde entonces, jugaba siempre que estaba asustada. Y más ahora, que estaba cagada de miedo. Tenía tanto, que ninguna canción se me ocurría.

-Dime una canción.

Me miró extrañado.

-¿Para?-dijo elevando una ceja.

-No preguntes, sólo di.

-La de Navidad, Navidad, dulce Navidad…-desafinó.

Me horroricé. Sonreí.

-¿Te pregunto una canción y me cantas un villancico?

-¿Porqué no?-repuso encogiéndose de hombros.

-No es una respuesta muy normal.

-Ni la tuya una pregunta muy normal-respondió con una sonrisa irónica.

Touché.

Me callé y traté de recordar la letra. Tarareé bajito. ¡Qué pareja más extraña! Un elegido de una profecía y una chica… Hum… Una chica… ¿Cómo definirme? ¿Extraña? Puede ser, pensé aunque no quedé del todo convencida. Él tan especial y yo tan corriente. Me dieron ganas de echarme a reír. Eso era, o reía o lloraba. Prefería reír. Siempre. Pinté una sonrisa en mi cara.

-Cada mañana, al despertar, pinta de luz tu día, con una sonrisa-tarareé, medio inventando la letra de una improvisada canción.

Me miró con una expresión de extrañeza.

-Canción ofrecida por radio Noah-exclamó.

Comencé a reír sin poder parar.

-Radio Noah…-exclamé reprimiendo las ganas de volver a reírme-Estaría bien.

-Yo sería el presentador-dijo Pablo.

-Tú colaborador y suerte que tienes-dije, haciéndome la ofendida-Yo tengo madera de presentadora.

-Tú lo único que tienes es serrín-exclamó golpeándome cariñosamente la cabeza.

Me hice la ofendida y me crucé de brazos.

-No te enfades anda-dijo dándome un beso en el pelo.

Descrucé los brazos.

Empezaba a quedarme sin ideas, llevábamos apenas unas horas de viaje y ya deseaba detenerme. No quería llegar a nuestro destino, fuera cual fuera.

-¿Crees en el destino?

Permaneció unos instantes pensativo.

-El destino es esa cosa que, entra de repente en nuestras vidas como un huracán, les da la vuelta, y las deja así para siempre-dijo con convicción-Sólo que nosotros tenemos el poder de ponerlas del derecho de nuevo.

-¿Y si nos gusta más nuestra vida tras la aparición del destino?

-Eso es que ya estaba dada la vuelta-explicó.

Medité sus palabras unos instantes. ¡Qué filósofo, el chaval!

Sonreí.

-¿Entiendes a lo que me refiero?-preguntó bajando el ritmo un poco.

-¡Entendido, Sócrates!

Soltó una risita burlona.

-Paremos a descansar.

Debía de ser mediodía. Me senté en el suelo, directamente. Eché la cabeza hacia atrás y choqué contra un árbol.

-¡Au!-grité volviéndola hacia adelante con velocidad. Me giré hacia el árbol contra él que había chocado.

Pero el árbol no era un árbol. Era como… un muro.

-Pablo-susurré.

Pasé la mano por la superficie. La maleza la cubría pero todavía podía distinguirse la piedra original.

Se acercó y apoyó una mano sobre mi hombro.

-¿Qué miras?

¿No se había dado cuenta! Le miré el rostro, relajado y confiado. ¡No se había dado cuenta! ¡Vaya elegido estaba hecho!

-Mira aquí-exclamé tirando bruscamente de él, consiguiendo que casi perdiera el equilibrio y se golpeara de bruces contra la pared.

Cuando recuperó el equilibrio, se retiró un paso y prestó atención a lo que le decía.

-Es… una pared-abrió mucho los ojos.

Asentí con la cabeza y me levanté comencé a caminar con la intención de rodearla.

-¿A dónde vas?-susurró con enfado.

-¿Porqué hablas tan bajo? ¡Si hubiera alguien aquí ya nos habría oído!-casi grité-Y yo no tengo la culpa de que la pared esté aquí-repliqué con enfado.

Seguí caminando y Pablo me siguió en silencio. Tanteé la pared, buscando una abertura. Y la encontré. Era una puerta. Entré. El interior estaba oscuro y la maleza crecía por sus muros, ese lugar debía de llevar un largo tiempo deshabitado. Pablo permanecía en el umbral, impidiendo el paso de luz. Lo fulminé con la mirada, se hizo a un lado y terminó por entrar y situarse a mi lado. Intenté atisbar algo. Me moví por la estancia, sí, solo una. Comprobé que las casas eran peculiares.

-¡Qué casa más extraña!

-No es una casa-murmuró.

-¿Y qué es?

-No lo sé, pero no una casa-dijo con enfado.

Me callé para no gritarle. No todos éramos tan listos como él.

Había unas pilas de maderas acumuladas por el tiempo en el suelo pero nada más. Me senté sobre una que no parecía podrida. Me miró alarmado.

-¿Qué? Aquí se está al fresco-me justifiqué.

-¿Sabes que podría haber bichos ahí? ¿Serpientes y tal?

Pegué un salto.

-¡Eso se avisa antes, guapo!

-¿No lo sabías? En todos los sitios hay animales.

-Pues yo todavía no he visto ninguno-me quejé.

Sacudió la cabeza y salió. Tras permanecer unos segundos de pie en la casa o lo que fuera, salí tras sus pasos.

-Nos vamos de aquí-ordenó.

-¡Ey!-grité-Hola, eh-dije sacudiendo la mano-Yo también tengo derecho a decidir.

-¿Y qué quieres decidir, si se puede saber?

-Nada, pero que al menos me preguntes mi opinión.

-¿Quieres que nos marchemos?-replicó con exasperación.

Asentí y eso hicimos, en silencio. Deslizándonos entre los árboles como sombras.