Capítulo 8

Caminamos por el bosque.

-¿Qué estará pasando mientras nosotros caminamos por este bosque?-pregunté.

Se encogió de hombros.

-No lo sé.

-¿Te imaginas que cuando lleguemos hayan pasado muchos años, tal vez siglos?-dije dando libertad a mi vena macabra.

-¡Qué cosas tienes! Has visto mucho ``Regreso al futuro´´, me parece.

-No pasa eso-refunfuñé.

-Da igual lo que pase. Es una idea tonta-reprochó.

-Como tú eres tan listo-repliqué.

Rió.

-Pues sí.

Sacudí la cabeza.

-Mejor no digo nada…-murmuré.

Aceleró el paso, no sé si a propósito o sin querer.

-¡Oye! No vayas tan rápido, Forrest-me burlé-Mejor dicho: ¡Corre, Forrest, corre!-empecé a reírme a carcajadas.

-A veces me pregunto si tienes quince años o cinco-dijo en tono de enfado.

-Yo también-dije con sorna.

Continuamos caminando en silencio. Suspiré hondo.

-¿Por quién suspiras, mi amor?-dijo con tono cariñoso.

-Por ti-dije alborotándole el pelo.

Sonrió.

Escuchamos un crujido y nos detuvimos. Iba a hablar pero posó un dedo en mis labios, deteniéndome. Me estaba enfadando, a ver si daban la cara de una vez, si en verdad había alguien.

-Vamos-susurré.

Asintió.

Caminaba, tenso, alerta.

-Relájate un poco. Todo saldrá bien-dije en tono tranquilizador.

Asintió.

De repente, todo empezó a tornarse oscuro. Me asusté mucho y me oculté a su espalda.

-¿Qué esta sucediendo?-pregunté con un hilo de voz

Miraba al cielo.

-Tranquila-dijo acariciándome la cabeza-Es un… eclipse-musitó con turbación.

-¿Seguro?

-Sí, y es de Sol-me coloqué a su lado y observé el cielo, ya prácticamente tan oscuro como si fuera  noche cerrada.

-¿Significa algo?

-¿Cómo no lo sabes? No vemos el sol porque la luna se ha interpuesto…

-¡Me refiero a la profecía!-exclamé.

-¡Y yo que sé! No tengo ni idea-reconoció.

-Pues vamos bien-me quejé.

Me acercó a él y pasó su brazo sobre mis hombros.

-¡Mira qué bonito!

-Pues yo no veo nada es como si fuera de noche-refunfuñé.

Me alejé caminando.

-¿No quieres quedarte a verlo?

-¡No!-exclamé con enfado.

Se encogió de hombros. Estaba enfadada. ¿Por qué nos tenía que suceder a nosotros? ¡Ah, sí, porque estaba escrito!  Ya podían mirar cuanto me importaba a mí que estuviera escrito.

-¿Te enfadaste?

Asentí sin mirarlo.

-¿Qué hice?

-Tú nada es que todo esto me sobrepasa-dije sintiendo unas enormes ganas de echarme a llorar. Pero me contuve, por Pablo. Si yo estaba así como debía estar él…

Me abrazó.

Cerré los ojos con fuerza.

Al cabo de un rato, se separó.

-¿Estás mejor?

Asentí.

-No te agobies.

Asentí de nuevo.

-¿Vamos?

Volví a asentir.

Todavía estaba oscuro. Cuando apenas llevábamos unos minutos en camino, la luz volvió.

-¡Aleluya! Al fin encendieron la luz-dije riendo-¿Es cosa mía o el bosque es cada vez más espeso?

-No es cosa tuya. Nos estamos acercando al centro del bosque.

-¿Por qué había un cartel casi en medio de un bosque?

-A lo mejor destruyeron la aldea y sólo quedó aquella casa que vimos a continuación-elucubró.

-Puede ser-dije encontrándole sentido a sus palabras.

Salté por encima de una rama caída. Rodeamos unos árboles espesos y continuamos la marcha.

-Si estás cansada, avisa.

-Okey-dije-Es que desde que voy con Forrest…-volví a molestarle.

-Vas con ventaja, a mí no se me dá bien buscarte motes.

Me encogí de hombros.

Me dejé guiar por él, que, más o menos, se defendía por el bosque.

-Voy a parar que estoy cansado-avisó.

-Vale, ¿para qué me avisas?

-Para que lo sepas.

Lo miré con escepticismo.

-Si ves un buen sitio, avisa.

Se veía que no se enterara de mi gesto. Al final nos sentamos en una arboleda, a la sombra. Me estiré.

-Me duele todo-me quejé.

-Lo mismo digo-dijo sin demasiado ánimo.

-¿Por qué no dejamos de machacarnos? Tomémonoslo con más calma, algún día llegaremos, de todos modos.

-¿Qué pretendes hacer, caminar dos kilómetros al día? Cuanto antes lleguemos antes terminaremos con esto.

-Eso es lo que me asusta, terminar pronto-dije en voz baja.

Asintió.

-Pero la incertidumbre también es horrible.

-Si por ti fuera ya estaríamos allí-es decir, donde debiéramos estar.

Asintió.

-Te gusta acabar las cosas pronto-dije.

Asintió.

-Me apetece ver la tele.

-Raro en ti-lo dijo con sinceridad, era la verdad.

-Cuando volvamos nos pasaremos las tardes en tu casa o en la mía viendo la tele, no volveremos a salir en toda la vida. Será como un búnker.

-Me apetece vivir en uno.

 -Pues ya sabes, a ahorrar.

Asintió.

-Calculo que dentro de un millón de años, más o menos, podré comprarlo.

-Quedamos en eso-dije.

Asintió.

Cerré los ojos y disfruté de la casi inexistente brisa que mecía mis cabellos. Me deshice la coleta y la volví a hacer.

-Quiero ducharme con agua caliente.

Asintió.

-Ese es un motivo para ponernos en marcha.

-No me engañas, guapo. Tendrás que buscar un truco mejor.

-Lástima-dijo con una sonrisa.

Me acerqué a él. Apoyé mi cabeza en su hombro. La dejé ahí durante unos instantes y luego la levanté para mirarle a los ojos. Sus ojos verdes estaban entrecerrados, como si le molestara la luz.

-¿Quieres unas gafas de sol?-pregunté.

-Sí.

-Pues yo también-repliqué.

Rió.

-Estaba empezando a pensar que tenías unas.

-¿Si las hubiera tenido, no crees que ya las habría utilizado?-pregunté.

Asintió. Cerramos los ojos casi a la vez.

Un zumbido tenue consiguió que abriera los ojos. Provenía del bolsillo de Pablo, que estaba dormido. ¿Su móvil? No, seguro que estaba apagado. Rebusqué con cuidado. Toqué algo redondo y caliente. Lo extraje. Era una piedra de color morado. Una piedra de ciedyalna. ¿Por qué vibraba?  ¿Qué sucedía?

-Pablo, Pablo-llamé.

Se despertó.

-¿Qué haces?-dijo arrebatándome la piedra-¿Cómo se te ocurre cogerla?-la miró unos instantes y se puso en pie con celeridad-¡Vámonos!

-¿Qué está pasando?-dije, asustada.

-Te lo explicaré por el camino.