Capítulo 17

Me encontraba cansada. Tal vez por el dolor de cabeza que me había sacudido hacía unos minutos. Y exasperada, sensación que experimentaba a menudo desde hacía poco.

-Uff-resoplé.

-¿Qué?-preguntó Pablo, mirándome con los ojos entornados.

-Nada, nada.

Sonrió.

-¿Qué te hace gracia?-pregunté, un poco mosqueada.

-Tú-dijo riendo.

Lo miré, enarcando una ceja. Si me cachondeara yo de él…

-A veces, haces que me planteé cual es tu coeficiente intelectual-dije, muy seria.

Se echó a reír.

-Ven aquí-indicó.

Adelanté a Bucéfalo y me puse a su lado.

-¿Qué?

-Nada, me gusta que estés a mi lado-dijo.

Reí. Bucéfalo relinchó.

-¿Qué le pasa?-lo miré.

-Es un caballo, es como si tú hablas-explicó Pablo.

-El caballo este puede dejar huellas-indiqué.

-Total, si son un poco listos ya nos habrían capturado-dijo.

¡Qué pesimista era!

-Pues se ve que son un poco tontos porque aquí seguimos-repliqué.

Sacudió la cabeza.

-Si fueran tan tontos como dices, Enlorth no habría estado tan cerca de cogerte-musitó con una nota de amargura en la voz.

Me estremecí al recordarlo. En eso tenía razón. Pero no había conseguido atraparme. Pero había estado muy, muy cerca.

-¿Qué habría pasado si me hubiera atrapado?-pregunté.

-Pues te habría llevado a la ciudad y supongo que intentaría sonsacarte sobre mi paradero. Y yo te habría buscado y me habría enterado de tu secuestro y habría ido a toda velocidad detrás de vosotros y supongo que intentaría enfrentarme a todos hasta ponerte a salvo-dijo, hablando muy rápidamente.

-¿Y si yo no hubiera dicho dónde estabas?

-No lo sé-respondió evitando mi mirada.

Tal vez no me gustara la respuesta. Bueno, no había que pensarlo, todos estábamos bien. Comencé a silbar una melodía.

-Humm me suena-dijo.

Lo miré.

-¿Sólo te suena?

Pensó. Terminó por encogerse de hombros.

-¡Sí, sólo me suena!-exclamó ante mi mirada recriminante.

Sacudí la cabeza.

-¿Qué canción era?

-Buscando una luz de WarCry-le escupí las palabras, con enfado.

-¿Sabes que no me sé todas las canciones que escuchas?

-Deberías.

Él era más de música en inglés. ¡Y decía que no le gustaban las lenguas! Un año incluso había suspendido inglés. Recuerdo que pasé todas las Navidades obligándole a estudiar. Pero aprobó. Era lo mínimo, de las veces que se lo dije... Me pasaba el día hablándole en inglés y preguntándole el presente simple, continuo, el pasado… Pero, en cambio, era un hacha en francés. Al contrario que casi todo el mundo. Él siempre al contrario. Tal vez por eso lo quería tanto.

-Un día de estos, me haces una lista y me las memorizo-dijo.

Asentí. Ahora estaba muy cansada. Hacía bastante calor y eso contribuía a menguar mis fuerzas.

-Buscaremos un sitio donde beber-dijo Pablo, leyendo mis pensamientos.

Me humedecí los labios.

-Y descansar. Bucéfalo está cansado-señaló.

-¿Paramos porqué el caballo está cansado? ¿Y yo qué? ¡Qué me muera de cansancio porque total!

-No te enfades, amor-dijo, acariciándome el pelo.

-¡Saca, bicho!-le grité apartándome-Y aún me dices que no me enfade-dije cruzándome de brazos.

-Cariño…-dijo en tono meloso.

-Ni cariño ni leches. Ya no lo arreglas-le dije.

Puso cara de tristeza. ¿Algún día nos pelearíamos de verdad? Debería ser el fin del mundo… O, al menos, si no nos reíamos en menos de treinta segundos.

-¿Segura?

Me había despistado y estaba inclinado sobre mí, con sus labios casi rozando los míos.

-Siempre puedes intentarlo…-susurré, turbada por su cercanía. Era algo a lo que nunca conseguiría acostumbrarme.

Se inclinó muy despacio, recorriendo los escasos centímetros que separaban nuestras bocas. Posó sus labios con extremada suavidad sobre los míos. Con los ojos cerrados, sentí la calidez de sus labios. Con delicadeza, me besó. Respondí al beso de la misma manera, con mucha delicadeza y sosiego. En esos momentos no necesitaba pensar. Reaccionaba como un instinto. Se separó con la misma rapidez, sin llegar a resultar brusco, con la que se había acercado. Abrí los ojos.

-¿Lo conseguí?-preguntó con una sonrisa.

-Sí, sí-dije.

-Mi arma secreta-rió.

-Ahora ya no es tan secreta-observé.

-Tendré que buscar otra-meditó.

-Buena suerte.

Se desvió del camino (nunca lograré averiguar como sabía por donde ir) y terminamos por llegar a un arroyo. Bebí con avidez. Bucéfalo también. Y nos sentamos a descansar.

Me desaté los botines.

-Mira…-me quejé. Le enseñé una ampolla que me saliera en un pie.

-Pobrecita-dijo con sinceridad.

Me extrañó.

-Pero ahora vamos a hacer una cosa.

Lo miré, no me apetecía preguntar. Dejó a nuestro amigo equino suelto que comenzó a pastar. Daba vueltas por el pequeño prado de hierba alta. Hacía resonar sus cascos y no abandonaba su porte altivo. Sin duda, pertenecía a un rey.

-Si te vas, me quedo en esta calle sin salida…-canté.

Me miró, enarcando una ceja.

-¿Algún problema con Extremoduro?

Se encogió de hombros y negó con la cabeza.

-Me apetece algo de heavy-dije.

Rió. Encendí el móvil. Como siempre, no había mensajes. Abrí mi carpeta de música y seleccioné el modo de reproducción para la canción que cantaba segundos antes. La melodía comenzó a sonar bajito. Le subí el volumen al máximo. Bucéfalo me miró, asustado. Relinchó.

-Apaga eso, no se vaya a escapar-dijo Pablo.

Lo bajé a regañadientes. Ojalá se escapara. Apagué el móvil, de mal humor. Claro, los cascos estaban en casa, por no ser de extrañar. Cuando Pablo decidió que debíamos reprender el camino, cogió a Bucéfalo que todavía se mostraba alerta.

-Aquí está la solución-lo señaló.

Me reí.

-Súbete, así no te dolerán los pies.

-No-negué.

-Vamos, no te hará nada. Yo estaré a tu lado.

Tragué saliva. Respiré hondo.

-No-volví a negar.

-Hazlo por mí-sonrió.

-No.

-¿No me quieres?-preguntó-¿No confías en mí?-eso era juego sucio en toda regla.

-Sabes que sí. Y también sabes que me dan miedo los caballos. Tal vez él que no me quiere seas tú-traté de contraatacar.

-Venga-suplicó.

Cedí. Cuando ponía esa cara de tristeza era irresistible.

-Pero ten cuidado-advertí.

Sentía que me estaba usando como conejillo de indias. Y esa sensación no era nada agradable. Sujetó al caballo a un árbol para que no se moviera y me ayudó a subir. En un primer momento, por poco caigo pero logré recuperar el equilibrio. No era muy cómodo. Bucéfalo me miró y resopló. Yo no le gustaba, sin duda. Y a mí él tampoco. Pablo tenía una mano en mi cadera, asegurándose de que no me caía.

-¿Estás? ¿Te suelto?

Asentí débilmente.

-Cuidado, agárrate fuerte que se va a mover-advirtió.

Cerré los ojos y sujeté con fuerza sus crines. Sacudió la cabeza. Debía de estar tratando de tirarme. Recé a todos los dioses que no me cayera cuando Bucéfalo se moviera. Y, me escucharon, porque no caí. Cuando llevaba unos segundos notando el movimiento en mi montura y seguía sin caerme, abrí los ojos, incrédula. Pablo me miraba.

-¿Ves cómo no pasa nada?

Me fui relajando. Había viajado en cosas más cómodas pero no estaba tan mal.

-¿Se va cómoda ahí?

Asentí. Solté un poco las crines de Bucéfalo que pareció ir más cómodo.

-¿Qué es eso?-señalé algo que se entreveía entre la maleza.

-¿El qué?-miró.

-Allí-señalé.

-¿Dónde?-preguntó.

-¡Ahí!-exclamé-Me bajaría para indicarte pero tengo miedo de caerme.

Al fin encontró a lo que me refería. Se acercó.

-¿Qué es?

-Mejor que te bajes y lo compruebes por ti misma-dijo enigmáticamente.